El niño pequeño en el Jardín de Infancia Waldorf
Durante sus primeros años el niño desarrolla tres facultadas que condicionarán el resto de su vida: el andar, el hablar y el pensar.
El andar, lo llamamos así por ser el rasgo más visible pero ello implica que el niño conquista el justo equilibrio en el mundo espacial. En el Jardín de infancia el maestro crea el ambiente de quietud y tranquilidad, acompañándolo amorosamente con paciencia y respeto, dejando que se mueva libremente; ayudando cuando sea necesario pero nunca forzando ni apresurándolo cuando empieza a andar.
De todo ese proceso de aprender surge, como segunda etapa, el hablar. Todo matiz del habla deriva de la organización del movimiento: todo en la vida comienza con gestos y el gesto se transforma interiormente en lenguaje. Es de importancia primera que los adultos pronuncien las palabras con claridad y exactitud, especialmente las vocales para que el niño pueda imitarlas.
La veracidad ha de saturarnos cuando acompañamos al niño en el aprendizaje del habla. Una de estas fallas de veracidad consiste en creer que hacemos un bien si imitamos el lenguaje infantil. El niño quiere escuchar el lenguaje propio del adulto.
Del mismo modo que el hablar surge del andar y del asir, es decir del movimiento, el pensar se desenvuelve a partir del hablar. El hablar con claridad y precisión formará la base para su capacidad de pensar. Darle al niño ordenes y confundirlo revocándolas después o explicarle intelectualmente las cosas de su alrededor, produce en el niño inquietud y nerviosismo. Es necesario evitar en el ambiente que rodea al niño todo lo que atenta contra su tranquilidad.
El aula de estos niños pequeños hasta los tres años está adecuada para que el niño se mueva libremente en un ambiente tranquilo, con un quehacer de la maestra que el niño pueda imitar, con actitud de respeto y veneración hacia el niño.