Mashenca y el Oso

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Cuento popular ruso

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Érase una vez un anciano y una anciana que tenían una nieta llamada Mashenca.

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Un día unos amigos de Mashenca decidieron ir al bosque a recoger setas y bayas y fueron a casa de Masha para pedirle que los acompañara.

“Por favor, abuela y abuelo”, dijo Mashenca, “déjenme ir al bosque”.

“Puedes ir, pero mantente cerca de los demás y no los pierdas de vista o podrías perderte”, respondieron los dos ancianos.

Mashenca y sus amigas llegaron al bosque y empezaron a buscar setas y bayas.

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Mashenca iba de arbusto en arbusto, de árbol en árbol, y antes de darse cuenta se había alejado mucho de sus amigas. Cuando por fin vio que estaba sola, empezó a llamarlas gritando sus nombres, pero sus amigas no la oyeron ni respondieron.

Mashenca iba de aquí para allá, caminó por todo el bosque, pero no encontraba el camino y estaba bastante perdida.

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Poco a poco llegó a la parte más salvaje y espesa del bosque, y allí, ante ella, vio una pequeña cabaña. Mashenca llamó a la puerta, pero no hubo respuesta. Entonces empujó la puerta y ¡he aquí! la puerta se abrió.

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Mashenca entró en la cabaña y se sentó en un banco junto a la ventana. Ella se sentó allí y pensó:

“Me pregunto quién vive en esta cabaña. ¿Por qué no hay nadie aquí?

Ahora bien, en esa cabaña vivía un oso muy, muy grande. Sólo que él estaba caminando por el bosque en ese momento.

Ya era de noche cuando llegó a casa y cuando vio a Mashenca se alegró mucho.

“Ajá”, dijo, “¡ahora nunca te dejaré ir! Vivirás en mi casa mansa como un ratón, y me prepararás el desayuno y también la cena, y serás mi servidora fiel y verdadera.

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Mashenca estuvo triste y afligida por un tiempo, pero no pudo evitarlo, así que se quedó con el Oso y le cuidó la casa.

Todas las mañanas el Oso iba al bosque a pasar el día y, antes de partir, le decía a Mashenca que se quedara en la cabaña y lo esperara.

“Nunca debes salir cuando yo no esté”, decía. «¡Si lo haces, te atraparé y te comeré!»

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Entonces Mashenca se puso a pensar en cómo huir del Oso. Todo alrededor era bosque y no había nadie que preguntara hacia dónde ir.

Mashenca pensó y pensó hasta que por fin supo qué hacer.

Ese día, cuando el Oso regresó del bosque, Mashenca le dijo:

“Oso, Oso, déjame ir a mi pueblo por un día. Quiero llevarles algo bueno de comer a la abuela y al abuelo”.

“No, eso no es una buena idea”, dijo el Oso. “Te perderás en el bosque. Dame lo que quieras darles y yo mismo se lo llevaré. «

¡Eso era todo lo que Mashenca quería!

Horneó unas tartas, las puso en un plato y, sacando un cesto, le dijo al Oso:

“Pondré los pasteles en el cesto y tú podrás llevárselos a la abuela y al abuelo. Pero cuidado, no debes abrir la cesta en el camino y no debes comer las tartas. ¡Voy a subirme a un roble y estaré sentada ahí mirándote!

“Muy bien, dame la cesta”, respondió el Oso.

“Primero sal al porche y mira si no está lloviendo”, dijo Mashenca.

El Oso salió al porche, y Mashenca en seguida se metió en el cesto y se puso el plato de pasteles en la cabeza.

Entró el Oso y allí estaba el cesto preparado para él. Entonces se lo puso a la espalda y partió hacia el pueblo.

Caminaba el Oso entre los abetos y los abedules. Subiendo colinas y bajando valles recorrió su largo y sinuoso sendero, siguió y siguió caminando sin detenerse hasta que finalmente estuvo cansado y en condiciones de dejarse caer y dijo:

“En este tronco me voy a sentar
Y de este pastel me voy a alimentar”

Pero Mashenca gritó desde el cesto:

“¡Te veo! ¡Te veo!,
en este tronco no te debes sentar.
De este pastel no te debes alimentar.
A casa de los abuelos lo debes llevar.”

El oso se asombró y dijo:

“Carambola, carambola, esta niña no es ninguna boba.
Con su vista aguda todo lo ve.
Hasta tras la hoja del roble me ve.”

El Oso Cogió el cesto y siguió adelante.

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Caminó y caminó hasta que ya estaba muy lejos de su casa, y el dulce olor del pastel le dio mucho apetito, se sentó otra vez y dijo:

“En este tronco me voy a sentar
Y de este pastel me voy a alimentar”

Pero Mashenca gritó desde el cesto:

“¡Te veo! ¡Te veo!,
en este tronco no te debes sentar.
De este pastel no te debes alimentar.
A casa de los abuelos lo debes llevar.”

El oso se asombró y dijo:

“Carambola, carambola, esta niña no es ninguna boba.
Con su vista aguda todo lo ve.
Hasta tras la hoja del roble me ve.”

Con un suspiro cogió el cesto y siguió su camino, y llegó al pueblo. Tocó a la puerta de los abuelitos:

“Ábranme rápido, que de Maschenca traje algo.”

Entonces los perros empezaron a ladrar. El Oso se asustó, dejó el cesto y se fue corriendo al bosque.

Vinieron el abuelito y la abuelita, vieron el cesto y miraron lo que había dentro. ¡Qué alegría cuando vieron que era Maschenca!

La niña les contó todo y les prometió quedarse con ellos para siempre.

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